Modelo 1: Atmósferas

La pecera de Mónica 

Monica cerró la puerta a sus espaldas, ¿silencio? No, de fondo como una banda sonora permanente algún elemento domótico bullía demostrando vitalidad y energía. Definitivamente era imposible escapar de ese ambiente frío y electrónico que lo envuelve todo. Sonidos, ruidos, luces y neones, configuraban todo lo que había detrás de esa lámina metálica y rugosa sobre la que se apoyaba.

De repente, se sentía harta de la rutina, de una ciudad que convertida en un gran hormiguero se retorcía y construía hacia a dentro a lo largo de galerías y espacios interconectados, pero impermeables al exterior. Acurrucada en un rincón intentó imaginar qué se escondía por encima de las galerías infinitas del metro,  más allá del horizonte gris plomizo recortado por los rascacielos, o incluso detrás de las falsas imágenes proyectadas sobre lo que decían ser ventanas.

Trabajar, ahorrar, consumir, comprar parecían los principios básicos para llegar a la felicidad. Felicidad individual por supuesto. La soledad había dejado de ser un problema, bastaba con cambiar de perspectiva y plantearla como una herramienta más del éxito laboral y personal, sin ataduras no había contratiempos que no fueran los de uno mismo.
 
Entonces recordó las historias que contaba su madre, balanceándose en una mecedora, rodeada de viejos recuerdos, recortes de periódicos amarillentos y fotografías y postales configurando un recargado escenario: un hábitat propio construido para cuidarse y envolverse. Desgranando poco a poco los recuerdos se dio cuenta que ya no quedaban ni las plazas, ni los parques, menos aun los jardines, espacio público donde reunirse, reírse, disfrutar o jugar sin mediar permisos, dinero o presiones. Pasear era un verbo en desuso, un ejercicio imposible sino era con un destino fijo bajo los fluorescentes de los pasillos infinitos reflejando siluetas anónimas en pareces nacaradas. Los gritos de los niños jugando desde hacía años eran piezas valiosas de las sonotecas, que en la oscuridad acercaban a los escuchantes a tiempos en los que una caja de cartón podía ser un coche o un muñeco cobrar vida y el balón, el sueño de varias generaciones de muchachos. Los destellos de las salas de recreativos, sustituían la luz del Sol, pitidos y sirenas alentaban a los chavales a invertir sus ahorros en lo que la publicidad dictaba esa temporada que era la actividad de ocio. 

Salmou, como otras muchas personas, buscaban consuelo al desarraigo en herramientas ancestrales que ni la sociedad de consumo ni el desarrollo había sido capaz de superar. Las bibliotecas pero también las salas de oración reverberaban en sus paredes los enunciados contenidos en el papel, enfrentándose unos con a otros. Sentimientos encontrados inundaron el corazón de Mónica cuando esa mañana entró con su amigo a aquel lugar. Rezumaban vejez aquel espacio, que difícilmente era capaz de integrase con el entorno.  Los volúmenes originales, recortados por la necesidad del progreso se suplían con reflejos, proyecciones o espejos, que volvían más irreal si cabe aquel lugar.


Escapar, ese era su plan. Llevaba tiempo dándole vueltas: irse,  olvidarse de los túneles interminables, de las galerías comerciales, del aire cargado. Quería sentir el viento, la lluvia, el sol. Escondida en su pequeño refugio,  acogedor y cálido, a pesar de sus límites difusos y luz potente se puso a idear un plan. Lo tenía decidido, ahora que Salmou estaba a su lado, estaba animada a irse.

Antes de quedarse dormida se acordó del nuevo compañero que había comprado para su solitario pez en uno de esos locales de atmósfera submarina. Una vez dentro de la pecera, el nuevo inquilino no parecía muy desorientado en el desconocido entorno. Necesitaría una temporada para habituarse al cambiante reino subacuatico con el que Mónica se consolaba haciendo y deshaciendo. "No vaya ser que mi amigo con branquias se aburra de la misma ambientación" se decía autoengañándose.

Otro día pensaría como llevárselos con ella.